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garciaverde
Sobrefoz, Asturias, el pueblo de mi madre
The Peter Whitmer log home
The Peter Whitmer log home is a historic site located in Fayette, New York, United States, owned and operated by The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints (LDS Church). The current house is a replica of the original log cabin and at its original site, and was built in 1980 to mark the sesquicentennial of the founding of the church. In the early 19th century, it was the home of Peter Whitmer, Sr., his wifeMary Musselman Whitmer, and their eight children: Christian, Jacob, John, David, Catherine, Peter Jr., Nancy, and Elizabeth Ann, who lived on the property from 1809–1830. The house is prominent in the early history of the Latter Day Saint movement as the traditional location of the formal organization of the Church of Christ, the original name of the church founded by Joseph Smith on April 6, 1830, and is near the site where The Three Witnesses were shown the golden plates by the Angel Moroni in 1829. Joseph Smith and his wifeEmma lived in the home with the Whitmers for six months in 1829, with a large part of the Book of Mormon being translated during that time. The house and adjacent visitor center are open year-round for public tours. |
Me fui con el
Las casas contienen el espíritu de sus habitantes
Cuando ellos se van se lo llevan
Aquel verano, el
patio era un vergel lleno de macetas con flor de azúcar, alegría del hogar y
oreja de elefante. En cada escalón de la escalera crecían distintos tipos de
suculentas, plantas de moneda, hiedras y enredaderas moradas y verdes que se
abrazaban a la baranda y luego trepaban por las columnas del balcón hasta el
techo llenándolas de flores pequeñas de color blanco. Desde ahí chorreaban
geranios rosas, blancos y colorados y helechos. La parra formaba un techo vegetal
que daba una sombra fresca al patio de donde pendían racimos de uvas verdes
como caireles de una araña enorme. Allí se posaban puntualmente al mediodía las
palomas esperando la comida. En cada pared adornada con mosaicos andaluces colgaban
macetas con malvones. La música siempre presente y suave provenía de un lugar
ignoto y lejano. Estar ahí era trasladarse a otro sitio lejos de Palermo. El
ambiente que allí reinaba era atemporal y hacía sentir libre y despojado de
toda preocupación a cualquiera que allí estuviera. Siempre podía percibir el aroma a albahaca fresca y a
puerros que provenía de la verdulería del local al lado, distintos perfumes de flores
y sahumerios iba percibiendo en cada rincón. El sótano en forma de ce que
acompañaba la ochava de la esquina por el que se bajaba por una escalerita
angosta con mucho olor a humedad era un
lugar de inspiración artística y pucheros cocinados con verduras robadas
y algún pedazo de carne dura en una vieja garrafa. Fue también guarida de
alguna que otra laucha. Allí solían reunirse frecuentemente artistas o pretenciosos
de serlo y comenzaban interminables, acaloradas e irreconciliables discusiones sobre
arte y política o viceversa que iban ascendiendo de tono a medida que las botellas
de vino descendían en su contenido. Las mismas
anécdotas sobre mujeres y borracheras contadas miles de veces de las que todos
conocían el final producían las mismas ruidosas risotadas e insultos afectuosos.
En esas noches el patio se llenaba de música que nadie escuchaba y de color
azul del humo del asado y cigarros que traspasaba la parra como si fuese un
gran colador subiendo hasta desaparecer en el incomparable cielo palermitano. Las
mañanas tenían un ritual rutinario, el tango, pasar revista a cada planta con el
mate en la mano, el riego, El Clarín sobre la mesa. Las tardes en el tallercito
de arriba, música clásica, el óleo, la trementina, el guardapolvo con más
pintura que los cuadros. Las noches, algún libro al azar con una copita de
ginebra fumando un purito. Yo latía gracias a la vida que solo a él le
pertenecía. Vi llegar mujeres furtivamente y desaparecer de la misma forma.
Otras permanecieron por más tiempo pero nunca llegaron a ser parte de él.
Fueron como invitadas por un rato más prolongado.
Su aspecto empezó a cambiar poco a poco, sus rutinas
comenzaron a ser más lentas y menos frecuentes. Empezó a dormir más de lo
habitual. Su piel se tornó de un tono macilento. Los silencios comenzaron a
alargarse. Los amigos de siempre no dejaron de venir pero ya lo hacían
esporádicamente y aparecieron otros provenientes de lugares y tiempos lejanos.
También llegaron familiares que hacía mucho tiempo que no veía acaso fingiendo
preocupación y no morbo. Las charlas ahora eran en voz baja, reflexivas y
llenas de recuerdos nostalgiosos con risas breves y desganadas. Un día lo vinieron
a buscar y se lo llevaron.
La mañana de otoño era fresca, el aire transparente, los
plátanos de la calle se habían vuelto dorados y el cielo era perfecto. Ese día,
su hijo volvió pero sin él acompañado de obreros uniformados de azul. En un
rato, se llevaron todo menos las plantas. Cuando se fueron sentí como se
cerraba la puerta con un sonido grave, seco y profundo. La llave giró por última
vez. El timbre no volvió a sonar, tampoco el teléfono. Todo se quedo quieto.
Los días y las noches eran todas iguales, solitarias y oscuras. Los sonidos se
tornaron ajenos y distantes, las plantas comenzaron a marchitarse lentamente
como esperando que él regresara pronto. Las palomas ya no volvieron a esperar
su comida. La pintura de las paredes del patio, como si fuesen mi piel comenzaron
a chorrearse y a empalidecer, las barandas de hierro del balcón se oxidaron y a
mostrar colores antiguos, los vidrios de las puertas y de las ventanas cerradas
se opacaron y envejecieron rápidamente. El patio se vació de sonidos y de aromas.
Ayer llovió todo el día, hizo mucho frío. El viento
arrancó las últimas hojas de los plátanos y el color gris de cielo lo hacía parecer
plano. Repentinamente sentí como se desprendía la larga canaleta de zinc que
colgaba sobre el hall que asoma al patio. Comenzó a balancearse pendiendo de un
extremo como el brazo de un gigante moribundo. Finalmente se cayó.
Creo que él se fue para siempre y yo con él.
Dedicado a mi hermano elegido Santiago Caneda Blanco
Dedicado a mi hermano elegido Santiago Caneda Blanco
Enrique Manuel García
Nueve
Llegaste en el mes nueve de mil novecientos
nueve y te fuiste el nueve del mes nueve de mil novecientos noventa y nueve.
Eterno agradecimiento madre querida.
Acerca de qué es más perjudicial para el hombre, si perder la visión o el oído
"En los animales es mayor el daño causado por la pérdida de la visión que por la pérdida del oído, y esto obedece a varias razones: la primera de ellas es que encuentran su alimento con la vista, y éste es necesario para todos ellos; en segundo lugar, que se aprecia por la visión la belleza de las cosas y, con más razón todavía, la de aquellas cosas que inducen al amor. De este modo, quien ha nacido ciego no puede prendarse de la belleza mediante el oído, pues nunca tuvo noticia acerca de algo que fuese bello. En cambio, si le queda el oído, mediante el cual sólo percibe las voces y el lenguaje, que se compone de los nombre de las cosas a las que se ha dado nombre." Leonardo Da Vinci - Tratado de la Pintura
Hogar de inmigrante
Óleo sobre tela 100 x 130 cm |
Todo lo que tenía cabía allí.
Esta pequeña valijita de cartón acompañaba la otra. Seguramente este contenido era más importante. Foto tomada por garciaverde |
A mi padre
Óleo sobra tela 100 x 100 cm Colección Familia López |
Lo veíamos salir con los ojos rojos por el llanto, y una
estela de humo celeste de cigarrillos Particulares.
Esas noches cenábamos en silencio y nos acostábamos
temprano.
Naturaleza bien muerta
Óleo sobre tela 100 x 130 cm. |
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